miércoles, 30 de noviembre de 2011

A título personal


En vista de la decisión tomada por el Consejo Académico, el profesor comunica:

1. Vale la pena leer lo que dejó en el blog.
2. Queda a la espera del nuevo calendario para definir procedimientos.
3. Desearles a todos una MUY FELIZ NAVIDAD Y un EXCELENTE AÑO NUEVO.
4. Agradecerles por la oportunidad de haberlos conocido.
5. Pedir disculpas por cualquier inconveniente generado.

Nos veremos...

martes, 29 de noviembre de 2011

Más de Darío (A propósito de una publicación en inglés)


El maestro del modernismo

La editorial Penguin acaba de lanzar al mercado de habla inglesa una dudosa antología de Rubén Darío: el poeta definitivo de la lengua después del Siglo Oro. Aprovechando la enmienda de las más garrafales miserias de esa edición, González Echevarría visita al clásico nicaragüense y le devuelve su estatura.
Septiembre 2006 | Tags: 
En la poesía española hay un antes y un después de Rubén Darío. Fue el primer gran poeta desde el Siglo de Oro, el de Garcilaso, San Juan de la Cruz, Fray Luis, Góngora, Quevedo y Sor Juana. Y a pesar de la abundancia de poetas surgidos en el siglo XX a ambos lados del Atlántico –García Lorca, Alberti, Salinas, Cernuda, Neruda, Vallejo, Paz, Palés Matos, Lezama Lima, etc.– la dimensión que Darío alcanzó no ha sido superada. Fue el líder de una revolución literaria que se expandió a lo largo del mundo hispanohablante y transformó todos los géneros literarios, no sólo la poesía. Del mismo modo que Garcilaso modernizó el verso castellano al imprimirle las formas y el espíritu italianos durante el siglo XVI, Darío condujo la literatura en lengua española a la modernidad al incorporarle los ideales estéticos y las ansiedades del Parnasianismo y del Simbolismo franceses. Ambos, Garcilaso y Darío, llevaron a cabo las más profundas revoluciones del verso castellano, pero ninguno de los dos es conocido fuera del mundo hispanohablante, excepto en los círculos de hispanistas. Sus obras no “viajan” bien, particularmente al mundo de habla inglesa, en donde son prácticamente desconocidas.
El caso de Darío es más desconcertante que el de Garcilaso (1501-1536); a éste bien podemos dejarlo en las bibliotecas junto a Petrarca, Ronsard y Spencer, pero Darío es casi nuestro contemporáneo. Garcilaso ha sido tan completamente asimilado que es fácil ignorar su presencia en poetas como Paz y Neruda, por ejemplo. Las innovaciones de Darío, su estilo y peculiaridades son tan contemporáneas como las polémicas que su obra ha suscitado entre poetas, profesores y críticos. El Modernismo, movimiento que Darío fundó, tuvo un tremendo impacto en todos los niveles de la cultura hispana, desde la decoración de interiores y el diseño de muebles hasta la ropa. Incluso puede decirse que la voz de Darío aún llega a nosotros entreverada en canciones populares. Más que un poeta nicaragüense o hispanoamericano, Darío fue por excelencia el poeta de la lengua española y la primera figura literaria realmente célebre en la historia de las letras hispanas. España e Hispanoamérica reconocieron su voz poética como la más original y moderna surgida hasta entonces.
Darío publicó su primera colección de textos, Azul..., en 1888. Tenía veintiún años y vivía en Valparaíso, Chile, donde había llegado dos años antes en busca de horizontes más amplios que los centroamericanos. Azul..., un libro de apenas 134 páginas, estaba destinado a convertirse en obra fundamental tanto por su poesía como por su prosa. El éxito que alcanzó es prueba de lo imprevisible que puede llegar a ser la historia literaria. Azul... se publicó en edición del propio autor, quien era prácticamente desconocido y en una ciudad portuaria vibrante y culta, pero alejada de los centros de actividad literaria de España y Latinoamérica: Madrid, México y Buenos Aires. Walter Benjamin dijo que París era la capital del siglo XIX y esto no fue menos cierto para los poetas, intelectuales, diplomáticos y exiliados del fragmentado mapa latinoamericano, que a pesar de tener grandes ciudades, carecía de un centro natural, tal como Nueva York en Estados Unidos y París en Europa. Cierto que en 1846, América poética, la primera antología de poesía hispanoamericana, había sido publicada en Valparaíso por el argentino Juan María Gutiérrez, pero la ciudad portuaria no era París, ni siquiera Madrid.
La reacción inicial al libro de Darío fue hostil. El gran pensador y poeta Miguel de Unamuno dijo en un principio que a Darío le asomaba una pluma bajo el sombrero, lo cual era una referencia despectiva a la mezcla racial del nicaragüense. Por su parte Marcelino Menéndez y Pelayo, el historiador y crítico literario de lengua española más influyente de todos los tiempos, cerró suHistoria de la poesía hispanoamericana (la primera que se conoce) justo en 1880, cuando el Modernismo y Rubén Darío se aprestaban a dejar su huella en la literatura. Francófobo, Menéndez y Pelayo no veía con buenos ojos el amor de Darío por la poesía y la cultura francesas. Por fortuna Darío había tenido la audacia de enviar Azul...al también influyente crítico español Juan Valera, quien además de ser escritor era un notable crítico y miembro de la Real Academia de la Lengua Española. Con dos cartas sobre Azul... que más tarde se publicarían a modo de prólogo en ediciones posteriores, Valera le dio al joven escritor el espaldarazo definitivo. Sus cartas puntualizaron todo cuanto era relevante en Azul..., de manera que los comentarios y críticas subsecuentes en cierta forma han sido glosas de aquéllas. Y aunque también Valera vio con cierta ojeriza las apropiaciones francesas de Darío, supo reconocer el genio del nicaragüense y le predijo un brillante futuro. El suyo fue un respaldo definitivo porque Valera estaba sólidamente asentado en el mundo de las letras hispanas.
Otro factor fundamental en el rápido ascenso de Darío, y en su carrera itinerante como embajador de la poesía modernista, fueron los nuevos medios de comunicación: el barco de vapor, el cable trasatlántico y la proliferación de periódicos. Algunos de ellos, comoEl Mercurio de Chile –que figuraba entre los más influyentes y de mejor calidad–, difundieron el arte y la cultura con una rapidez sin precedentes. Los escritores hispanoamericanos se pusieron en contacto entre sí incluso desde los más lejanos rincones de América. Además, ahora podían encontrarse en París y darse cuenta de que sus obras eran parte de una literatura continental que trascendía las peculiaridades nacionales de sus propios países. Y todo gracias a los barcos de vapor, al creciente comercio entre las naciones hispanoamericanas y entre éstas y el resto del mundo. Los viajes de Darío y la circulación de sus libros le deben mucho a la nueva tecnología y a una modernización que su poesía indudablemente reflejó, incluso en su afición a la literatura francesa, algo que el nicaragüense compartía con los artistas hispanoamericanos de entonces y de hoy. Azul... apareció en un pequeño lugar justo cuando el mundo empezaba a volverse pequeño.
Rubén Darío nació en Metapa, un pueblo nicaragüense llamado ahora Ciudad Darío. Sus padres lo bautizaron Félix Rubén García Sarmiento y, como él valientemente lo admitió, por sus venas corría sangre india y negra. Después cambió su nombre por el más breve y sonoro de Rubén Darío, asimilando un patronímico que su padre había usado y que, por supuesto, tenía connotaciones clásicas. Criado en León, una ciudad política e intelectualmente activa, adquirió una vasta y profunda cultura durante su infancia y adolescencia. Pronto se familiarizó con los escritores franceses, tanto las grandes figuras como los de menor resonancia. A través de sus lecturas aprendió el suficiente francés como para escribir poemas pasables en esa lengua. Su conocimiento de la poesía española era prodigioso. Darío fue un Mozart de la poesía. Tomás Navarro Tomás, el más consumado experto en versificación española, nos ofrece las siguientes estadísticas tras hacer un estudio de la obra poética de Darío: 37 diferentes metros y 136 tipos de estrofas. Algunos metros y formas rítmicas del poeta fueron de su propia invención.
A pesar de vivir en la periferia del mundo, Darío era extraordinariamente culto. La razón debe buscarse en la uniformidad lingüística y cultural impuesta en el imperio español por los Reyes Católicos y sus sucesores, así como en el avance del comercio y las comunicaciones del XIX. El imperio español, organizado como una vasta burocracia, favorecía la escritura y el aprendizaje con el fin de promover su ortodoxia cultural y religiosa. Si bien el costo de esta política fue alto, los beneficios también fueron considerables, dado que a través de la escritura todo súbdito se sentía conectado con los centros de poder y enseñanza: España y los virreinatos de México y Perú. Ya en el siglo XIX, junto al comercio y las comunicaciones, los modernos imperios (Inglaterra y Francia) trajeron a Latinoamérica toda clase de novedades, entre ellas libros que ahora podían leerse sin las restricciones impuestas por la corona española antes de la independencia. Darío había empezado a escribir versos a la edad de doce años, pero su carrera de escritor comenzó realmente en Chile, un próspero país cuya elite intelectual y artística reconoció inmediatamente su talento.
¿Por qué fue Azul... tan influyente? En un estilo preciosista, a través de poemas y cuentos, Azul... invocaba el mítico mundo de hadas, princesas y artistas incomprendidos que perseguían un ideal estético, un ideal de belleza capaz de restaurar la unidad y armonía del universo. Tal fue la misión del arte que Darío abrazó con fervor religioso. Aunque era católico indagó en el ocultismo y en otras tendencias del fin de siglo, según lo señala Cathy Jrade en su importante libro Rubén Darío and the Romantic Search for Unity: The Modernist Recourse to Esoteric Tradition (Rubén Darío y la búsqueda de la unidad romántica: el recurso modernista de la tradición esotérica, FCE, 1986 ). Los artistas de Azul... son personajes cuyos propósitos o anhelos resultan siempre frustrados debido a su inevitable asociación con absurdos y decadentes aristócratas. Hay por lo tanto una fractura entre el ideal al que Darío aspira y la posibilidad de alcanzarlo. De ahí los tonos melancólicos de su poesía. Sin embargo no hay rupturas en la realización del poema o de la prosa. Ambas están depuradas de vulgaridades y lugares comunes, y llevan las formas poéticas a niveles inimaginables de perfección. El castellano nunca había sido escrito de esa manera. Pero con todo y esa perfección hay en Darío un tono vacilante, de anhelo y hasta de duda de sí y de su arte. Por eso elige el cisne como emblema de su arte poética: en él se combinan la pureza artística atribuida a su forma y a sus blancas plumas con el añorante signo de interrogación que su cuello dibuja. Darío utilizó ampliamente la mitología griega, la precolombina, y la historia occidental. La cultura, mucho más que la realidad interior o la circundante, es el punto de partida de su obra.
Si todo esto parece anticuado, consideremos el cuento de Gabriel García Márquez “La prodigiosa tarde de Baltasar”. Un artesano construye una hermosa pajarera a solicitud de un niño y una vez hecha, los padres rehúsan pagarla. Baltasar termina borracho y tirado en medio del camino. Es el mismo problema del artista enAzul... En el cuento “El rey burgués’’, por ejemplo, el poeta es abandonado en el jardín para que muera de frío mientras da vueltas a la manivela de su caja de música. Y todo para que sus mecenas se diviertan. El orden temporal y autárquico de Cien años de soledad, así como su elaborado sistema de correspondencias son remanentes de la estética modernista iniciada por Darío, al igual que la prosa barroca de Alejo Carpentier y el exquisito tramado en la cuentística de Borges. Con respecto a los poetas, sería muy difícil encontrar uno solo en lengua española que no haya sido influido por el nicaragüense.
La obra poética de Darío se desplegó en dos períodos. El primer Darío, el escritor esteticista y el segundo –para usar un cliché–, el Darío “profundo”, más reflexivo, imagen invertida del primero, como si se mirara en un espejo cóncavo. Según los primeros estudiosos de Darío, la segunda etapa empieza con el verso inicial del primer poema de Cantos de vida y esperanza (1905): “Yo soy aquel que ayer no más decía”. En castellano este verso se ha convertido en una nostálgica forma de decir que ya no somos lo que éramos. La autocrítica presente en la primera estrofa de “Yo soy aquel…” llevó a muchos a creer en dos Daríos, uno cautivado por vacías pirotécnicas verbales y el otro acosado por inquietudes artísticas y existenciales. Tal postura ya no tiene validez ante la crítica. Si bien es cierto que Darío cargaba con el peso de su propio éxito y de su fama, losCantos de vida y esperanza sólo estaban haciendo explícito lo que en libros anteriores aparecía implícito: su angustia ante un universo absurdo, la fútil búsqueda de un ideal estético y la inevitable necesidad de perseguirlo sin descanso, la ilusoria y engañosa naturaleza del lenguaje, la sensación de vacío interior, y la decepcionante consecución del amor erótico. Los dos Daríos fueron en realidad uno sólo que con diferentes códigos y convenciones poéticas expresaba lo mismo. El realmente nuevo Darío apareció en su última poesía, cuando los poemas adquirieron un tono más político y reflejaron un nuevo sentido de autoridad que ahora acreditaba al poeta para hablar en nombre del mundo hispano. Esto resulta evidente en Canto a la Argentina, un poema largo que anuncia el Canto general de Neruda. Pero en 1905 las ideas políticas de Darío eran tan sólo una prolongación de sus nociones en torno al lenguaje y el arte. De ningún modo reflejaban una nueva ideología.
Hubo que esperar hasta la guerra del 98 para que las ideas políticas de Darío y el Modernismo empezaran a cuajar. Si bien los modernistas aplaudieron la independencia de Cuba, Puerto Rico y otras colonias del ya desmoronado imperio español, también empezaron a preocuparse seriamente por el surgimiento de los Estados Unidos como nuevo poder imperial. Los Estados Unidos habían vencido a España, pero al desairar al ejército cubano de liberación, excluyéndolo de la victoria, atrofiaron el crecimiento político e independiente de la isla. Darío y el resto de los modernistas percibían que ante el expansionismo estadounidense el mundo hispano estaba desamparado política y culturalmente. Aquellos países del continente americano cuyos orígenes culturales y religiosos podían trazarse hasta Roma y la latinidad serían conquistados y colonizados por un imperio anglosajón y protestante cuyo pragmatismo lo instaba exclusivamente a producir progreso material. Fue José Enrique Rodó, no Darío, quien enérgicamente articuló esta preocupación en 1900, en su ensayo Ariel, el más influyente de cuantos se han escrito en Latinoamérica. Rodó, un modernista uruguayo admirador de Darío, sostenía en su ensayo que los países latinos debían permanecer fieles a su cultura común, y a la civilización del espíritu (de ahí el nombre de Ariel), que en oposición a los Estados Unidos, valoraban el arte y el buen gusto más que el crecimiento económico y el consumo. Darío se hace eco de esta posición al escribir poemas tales como “A Roosevelt”, donde habla en nombre de una América que “aún reza a Jesucristo y aún habla en español”. Ese “aún” pone de manifiesto sus temores con respecto al futuro latinoamericano, para el que Estados Unidos se perfilaba como el “futuro invasor”.
Los poetas hispanohablantes de la siguiente generación rechazaron al primer Darío a favor del segundo, de un lenguaje y una prosodia más naturales. Pero con el paso del tiempo la mayoría reconoció su error y acabó rindiéndose ante el Darío musical de “Sonatina”. No existe poeta en lengua española sobre quien los mismos escritores hayan producido tantos ensayos. Poetas tan importantes como Cernuda (1902-1963) y Gastón Baquero (1918-1997), por ejemplo, se refirieron burlonamente al primer Darío, pero al hacerlo le reconocieron tanto mérito por sus hallazgos poéticos que acabaron acrecentando su fama. Gastón Baquero, un poeta cubano practicante de la “poesía pura” tuvo que declarar que en Darío “surgió un sentido de la dignidad estética del poema en sí como construcción cuidadosa, llena de decoro, que nadie podía abolir”. A pesar todo lo que resulta efímero en la producción de Darío, Gastón Baquero afirmó que “toda la creatividad y el futuro de la literatura están latentes en él”. La crítica bien podría descarnar el cuerpo de Darío, “pero al llegar a los puros huesos nos encontraríamos con que éstos eran de diamante”. Por su parte, Cernuda dijo que Darío, como sus antepasados nativos del Nuevo Mundo, se dejaba embaucar por los europeos al cambiarles su oro por un puñado de baratijas relucientes. Y es que, según Cernuda, había tomado de Francia la tendencia a valorar las cosas, no por lo que eran, sino por lo que otros habían afirmado sobre ellas y su valor. Ese mismo Cernuda, sin embargo, escribió un inteligentísimo ensayo sobre Darío, quizás a modo de exorcismo personal. Pedro Salinas (1891-1951), otro importante poeta español, escribió un libro sobre Darío, al igual que su compatriota, el premio Nobel Juan Ramón Jiménez (1881-1958). Por su parte Octavio Paz escribió “El caracol y la sirena”, uno de los más hermosos y perspicaces ensayos que se conocen sobre el nicaragüense. Sin duda Rubén Darío es reconocido hoy en día como un clásico, pero sólo en lengua española.
Concebida y elaborada con descuido, la antología de verso y prosaRubén Darío, Selected Writings será poco útil para difundir la obra del nicaragüense y mejorar su reputación en el mundo anglohablante. La edición y el prólogo están a cargo de Ilan Stavans, profesor de literatura y cultura hispanoamericanas en Amherst College. El apartado de poesía es particularmente deficiente ya que no incluye algunos de los más importantes poemas de Darío y está organizado en forma poco esclarecedora. Abandona la usual disposición cronológica de los poemas para tratar de seguir la división temática que Darío hizo antes de su muerte. Lejos de ayudarnos a percibir la evolución de su poesía, el orden temático hace que los poemas aparezcan como descontextualizados o surgidos en el vacío. Las subdivisiones están tituladas con versos de un poema cuya traducción es particularmente desastrosa. Además de ser torpes, las traducciones de Greg Simon y Steven White contienen errores elementales que van más allá de las típicas disputas sobre la selección de palabras. Por ejemplo, en el poema “Yo soy aquel que ayer no más decía…”, el ver-so donde Darío se autodescribe como “muy siglo diez y ocho” (queriendo decir que sus gustos eran muy de ese siglo) ha sido inexplicablemente traducido como “and those that come from the eighteen century”, cuyo significado literal es: “y esos que vienen del siglo XVIII”. Un error de otro tipo es el que se encuentra en el “Coloquio de los centauros”, poema capital del que sólo se traduce una estrofa, en un verso que dice “cada hoja de cada árbol canta su propio cantar”. Simon y White traducen: “Each leaf on the trees sings with its own goal” (literalmente: “cada hoja de los árboles canta con su propia meta”). ¿Hojas con metas? En este terrible ensamblaje de palabras se pierden completamente el ritmo y la repetición de sonidos del original, y lo que es peor, no traduce el sentido del verso español. Sería penoso compilar todos los errores de traducción de esta antología, cuya característica más evidente es la de ser antipoética. Y traducir de manera antipoética es lo peor que puede hacérsele a un poema de Darío. Stavans afirma en su prólogo que Selected Writings es “la más ambiciosa tentativa por naturalizar la poesía de Darío en inglés”. Se equivoca porque hay mejores trabajos, el más reciente de 2004. En 1965, el talentoso traductor Lysander Kemp publicó Selected Poems of Rubén Darío con un extraordinario ensayo introductorio de Octavio Paz. La edición en rústica salió en 1988. En lo que se refiere a la poesía de Darío, el lector estaría mejor servido si recurriera a la versión de Kemp.
Quizás el único aporte valioso del libro es la traducción de la prosa, a cargo de Andrew Hurley. Aunque su trabajo no es brillante (y Darío casi siempre lo es) y aunque no estamos ante uno de los mejores traductores del español al inglés (Gregory Rabassa, Edith Grossman, Margaret Sayers Peden, Esther Allen y Sarah Arvio, por ejemplo), puede decirse que la versión de Hurley es fidedigna y concienzuda.
La introducción de Stavans carece de credibilidad y rigor académico: está llena de clichés (“Darío es un hombre de todas las épocas”), no apunta una sola idea que llame a la reflexión y no hace justicia a la considerable cantidad de crítica que hay sobre Darío. Como algunas de las traducciones, su introducción contiene errores básicos y risibles. Por ejemplo, el famoso verso de Enrique González Martínez en el que se anima a los poetas a “torcerle el cuello al cisne”, es decir, a apartarse del estilo de Darío, Stavans se lo atribuye Manuel Gutiérrez Nájera. También afirma de manera absurda que en “Latinoamérica no ha existido el Romanticismo per se”. Éste es un error elemental que Stavans podría haber evitado si hubiera consultado cualquier historia de la literatura latinoamericana o a cualquiera de los críticos a los que ridiculiza con su gratuita y ridícula arrogancia basada en no sé qué autoridad. Stavans llega hasta el punto de afirmar que la salud de Darío empeoró rápidamente en los años que siguieron a la Primera Guerra Mundial. Pero el poeta llevaba dos años muerto en 1918, cuando la guerra terminó. Su salud, por cierto, no podía haber empeorado mucho más después de la guerra.
Hay poetas destinados a permanecer dentro de los límites de las lenguas en las que se expresan. Debido a todos sus errores, la antología Rubén Darío: Selected writings no podrá ayudar a Darío a conjurar este destino. ~
– Traducción de Amelia Mondragón
© The Nation, 13 de febrero de 2006

Sobre Modernismo


Revista destiempos.com I Año 4 I Número 20 I
RUBÉN DARÍO Y EL MODERNISMO: LA CONSOLIDACIÓN DE UNA NUEVA ESTÉTICA LITERARIA
Brahiman Saganogo
Universidad de Guadalajara
Alas puertas del siglo xx, la historia de América latina se convirtió en un proceso de conquista de un idioma y de una expresión literaria propia, en el marco de la afirmación de una identidad cultural. En esta época es cuando unos escritores manifiestan la necesidad imperante de una renovación y de una liberación con respecto al pasado del sub-continente marcado por la dominación extranjera en todos los aspectos de la vida. Tal situación es la que va a determinar el comportamiento de un grupo de intelectuales latinoamericanos en los ámbitos de la política y de la literatura aun en otros niveles de la vida social de los pueblos; actitud que recibe la apelación de Modernismo.
Nuestro estudio se centra en los puntos siguientes: ¿qué es el modernismo y cuál es su significado? y ¿en qué consiste la poética de Rubén Darío?
1. HISTORIA Y SIGNIFICADO DEL MODERNISMO
En el plano literario, es el Modernismo la actitud de escritores que, al rechazar tajantemente la cultura hispánica se tornan hacia la francesa en particular, hacia los ideales literarios de Francia, apuntando una renovación artística de Hispano-América.
Respecto al afrancesamiento tan pronunciado y evidente en la formación del movimiento modernista, Octavio Paz afirma: “Cuando la ola del romanticismo se retira, el paisaje es desolador: la literatura española
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oscila entre la oratoria y la charla, la Academia y el café” (Paz, citado en Yahni, 1974:p.9). Federico de Onís por su lado da los motivos de la influencia extranjera, en particular francesa, sobre los modernistas:
El afrancesamiento, que es el carácter más aparente de la época, resultó paradójicamente significar la liberación de la influencia francesa, por ser la Francia de entonces escuela e impulso de extranjerización. En este respecto el americanismo del movimiento modernista está en la capacidad de los americanos para asimilar y mirar como propias todas las formas de la cultura extranjera, mucho mayor, sin duda, que la de Francia al seguir aquella misma tendencia de la época. El americanismo siente como suya todas las tradiciones sin que ninguna le ate al pasado, y mira al porvenir como campo abierto a todas las posibilidades; sabe que América es hija de Europa y que al mismo tiempo no es Europa; aspira como cosa natural a sintetizar e integrar en América y en sí mismo todo lo que le llega de afuera, lo mismo que sus pueblos absorben la inmigración diversa, que en los días del Modernismo llegaba a todos ellos con intensidad variable y contribuía a su crecimiento y prosperidad... (Ib).
El Modernismo sería entonces la metamorfosis de la “nueva literatura” mejor dicho de la “nueva poesía francesa bajo las denominaciones de simbolismo y Parnasianismo” (Ib).
El Modernismo es, ante todo, una actitud intelectual en el tratamiento de la lengua; una tendencia, una corriente literaria basada en el gusto por la literatura, el placer estético y la diversidad. Un estilo fundamentado en las creaciones y en el ritmo como ideales, a los cuales queda ligado el tema. Los rasgos esenciales que lo caracterizan son las correspondencias entre la vida íntima del poeta (artista) y el mundo de los objetos, la libertad creadora; intimidad individual; la oposición tristeza, nostalgia y alegría, la evasión del mundo material (elevación), el gusto por la extravagancia, lo extraño, lo bello, lo vulgar, la elegancia, el color; el culto de la forma (la prioridad a la misma); la búsqueda de la exquisitez, el amor y de lo novedoso, y de la musicalidad; la fuerza de la sugestión; el cosmopolitismo (nativismo y extranjero); y el gusto por el verso libre y la prosa poética. Para José María Valverde:
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El modernismo, en su aspecto más superficial, tenía mucha decoración exótica, antigüedades clasicistas con faunos y ninfas de escayola, decorados medievales y fantasías morbosas en ambiente dandy-alcohol nocturnidad, disipación moral, sed de belleza pura, pero lo decisivo fue que acertó a introducir un lenguaje más rico y refinado. En la forma poética, dio nueva vida a la métrica, y trajo otras dimensiones imaginativas para las metáforas y los temas. El estilo modernista resultaba así exquisito, matizado, sorprendente, por ejemplo, en los colores, no se usaban los acostumbrados elementales, sino una detalladísima paleta [...] Pero, además, ese lenguaje refinado se hizo capaz de encontrar nuevas bellezas en lo conversacional, incluso con ironía, y a veces recurriendo a lo vago, a lo impreciso –al modo de Verlaine-, todo ello con reciente pretensión de perfección artística (Valverde, 1981:p.42)1
La voluntad de cambio como principio rector del modernismo fue encabezada por el cubano José Martí (1853-1895); lo que le colocó como el fundador de la corriente modernista, el más grande y completo en cuanto a la diversidad de sus actividades y el dominio tan vasto de sus conocimientos
Martí fue poeta patriota y revolucionario, pro-independentista y anti- americanista (Norte América); prosista, evidencia los procedimientos, diríase predilectos, del modernismo, a saber: sinestesia, analogías refinadas y combinación adecuada de colores. Su producción poética representada por Ismaelillo (1882), Versos sencillos (1891) y Versos libres (1878-1882) están cargados de musicalidad, imágenes plásticas y de correlaciones que atestiguan la pertenencia de Martí al modernismo. Además de José Martí, iniciador del movimiento modernista para unos, y para otros del pre-modernismo; cabe mencionar a otros precursores de renombre desde el nivel su producción artística; tal son los argentinos Ángel de Estrada (1872-1923), quien escribió Ensayos (1889), Los espejos (1895), Cuentos (1900) Alma nómade (1902); y Leopoldo Lugones (1874- 1938) reconocido como modernista, sobre todo con su obra Lunario Sentimental (1909). En Cuba, además de José Martí, surge la figura
1 Cfr. Valverde José María, Movimientos literarios, Barcelona, Salvat editores, 1981, p.42.
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artística de Julián del Casal (1863-1893) con sus libros de poesía Hojas al viento (1890) y Nieve (1892). En México, fueron modernistas Manuel Gutiérrez Nájera (1859-1895) esencialmente prosista, fundador de la revista Azul, en 1894 publicó una colección de cuentos Cuentos frágiles (1883) entre otras publicaciones; y Manuel José Othón con sus libros Poesías (1880) y El himno de los Bosques (1890) de corte parnasiano y aun clasicista; y por fin, Luis G. Urbina (1868-1934) quien publicó Versos (1890), Estampas de Viaje (1919) entre otros. En El Perú, aparece el prosista Clemente Palma (1872) con sus obras Cuentos malévolos (1921) y Historietas malignas (1924). En Guatemala, citamos a Enrique Gómez Carrillo (1873-1927) quien publicó en 1892 Esquisses y Maravillas (novela) en 1899; y al poeta y narrador Rafael Arévalo Martínez (1884) con sus obras Los atormentados y El hombre que parecía un caballo, ambas en 1914.
Pedro Prado (1886-1952) se destacó como el principal escritor modernista de Chile, publicando Flores de Cardo (1908) un libro de poesía y luego, en 1912, La casa abandonada, otro en prosa. En Colombia tenemos a José Asunción Silva (1865-1896) con su Nocturnos (1894). Al lado de la figura más representativa del modernismo en Colombia, conviene citar a otros colombianos que pertenecieron a dicha tendencia como Guillermo Valencia (1873-1943) con su obra Ritos (1899), Porfirio Barba-Jacob con Rosas negras (1933) y Tomás Carrasquilla (1858-1940) con su obra Frutos de mi tierra (1896).
En Ecuador, conformaban la generación modernista denominada decapitada”, Arturo Borja, Ernesto Noboa y Caamaño, Medardo Ángel Silva y Humberto Fierro. Con razón o sin ella, la obra representativa de la época es La flauta de Oniz de Arturo Borja publicada en 1920, fecha que marca los últimos días del modernismo en dicho país. El panameño Darío Herrera es quien defendió los ideales estéticos del modernismo en su patria con la publicación de Horas lejanas (1903); libro en que alterna versos y prosa.
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El modernismo fue llevado a su paroxismo en Uruguay por José Enrique Rodó (1871-1917) con sus obras Motivos de Proteo (1909). En Venezuela retendremos a Manuel Díaz Rodríguez (1871-1927) sobre todo por sus obras Sensaciones de viaje (1896) y Cuentos de Color (1899). Eloy Fariña Núñez (1885-1929) es, en Paraguay la figura más destacada del movimiento modernista al publicar su libro de poesía Canto secular en 1911 y Cármenes en 1922. Y por fin en Brasil, Novos Poemas (1929) y Poemas Escolthidos (1932), colocan a su autor Jorge Lima como el iniciador de la explosión modernista en tierra brasileña; en Nicaragua es Rubén Darío el máximo exponente del modernismo.
En todo el continente latinoamericano, los modernistas se han distinguido por su voluntad estética de renovación que se tradujo en un prodigioso enriquecimiento del vocabulario castellano y de sus posibilidades expresivas (imágenes, plasticidad, cromatismo, nuevos ritmos y sonoridades y contenidos); ajustando el aporte latinoamericano a un movimiento cada vez más amplio; haciendo del modernismo una verdadera transformación del lenguaje poético. Su talento verbal de artistas, no estaba, en ningún momento, en duda aunque se iba disolviendo en virtuosismo.
A las innovaciones formales que caracterizaban el movimiento, habrá que contemplar una interiorización del discurso modernista estructurada a menudo por la presencia de un yo-actuante (autor-actor/poeta-actor); un espacio, sea regional o nacional, sea universal en el que el relato poético y la intervención de actuantes eran a veces, de origen mitológico.
2. LA POÉTICA MODERNISTA DE RUBÉN DARÍO
El movimiento modernista como tendencia basada en la individualidad, fue representada por varios escritores en todo el continente, y en su respectivo país de origen. Además de esta consideración, el modernismo está indudablemente ligado a la figura del nicaragüense Rubén Darío,
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quien divulgó las exigencias, prioridades y los sentidos del nuevo arte hasta lograr el triunfo dentro y fuera del sub-continente latinoamericano. Para ello, en este apartado, echaremos un vistazo sobre el artista y su producción como la bitácora del modernismo. Una poética que además de todo lo nuevo, da importancia a la memoria y a la sensibilidad del lector; puesto que la poesía modernista, en particular la de Darío, da siempre que sugerir y evocar constantemente; ambos hechos como fundamentos del ideal poético de base. El propio Darío afirma lo siguiente:
[...] ser el vínculo que haga una y fuerte la idea americana en la universal comunión artística.
[...] Levantar oficialmente la bandera de la peregrinación estética que hoy hace con visible esfuerzo, la juventud de la América Latina a los Santos Lugares del Arte y a los desconocidos orientes del Ensueño.
[...] Trabajar por el brillo de la lengua castellana en América, y, al par que por el tesoro de sus riquezas antiguas, por el engrandecimiento de esas mismas riquezas en vocabulario, rítmica, plasticidad y matiz.
[...] Luchar porque prevalezca el amor a la divina belleza, tan combatida hoy por invasoras tendencias utilitarias. (Darío, citado en Yahni, 1974: 7).
La importancia del modernismo está ligada tanto a la persona de Darío como al conjunto de su producción artística caracterizada por un estilo innovador y cosmopolita. Una poética que se define en otros términos como un abismo del lenguaje, una búsqueda perpetua de un ideal artístico por restricción, una poética, una musicalidad verbal; por entre cuyas notas transmite el “Papa” del modernismo, su propia sensibilidad al lector.
En el prefacio a su Cantos de vida y Esperanza (1905), Darío define lo esencial de su poética en los términos siguientes:
El movimiento de libertad que me tocó iniciar en América se propagó hasta España, y en tanto aquí como allá el triunfo está logrado. [...] En todos los países cultos de Europa se ha usado del hexámetro absolutamente clásico sin que la mayoría letrada y, sobre todo, la minoría leída se asustasen de semejante manera de cantar. [...] En cuanto al verso libre moderno... ¿no es verdaderamente singular que
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en esta tierra de Quevedos y Góngoras, los únicos innovadores del instrumento lírico, los únicos libertadores del ritmo, hayan sido los poetas del Madrid Cómico y los libretistas del género chico?
Hago esta advertencia porque la forma es lo que primeramente toca a las muchedumbres. [...] Cuando dije que mi poesía era <<mía, en mí>> sostuve la primera condición de mi existir, sin pretensión o voluntad ajena, y en un intenso amor a lo absoluto de la belleza.
Al seguir la vida que Dios me ha concedido tener, he buscado expresarme lo más noble y altamente en mi comprensión; voy diciendo mi verso con una modestia tan orgullosa que solamente las espigas comprenden, y cultivo, entre otras flores, una rosa rosada, concreción del alba, capullo del porvenir, entre el bullicio de la literatura.
Si en estos cantos hay política, es porque aparece universal. Y si encontráis versos a un presidente, es porque son un clamor continental. [...]; de todas maneras, mi protesta queda escrita sobre las alas de los inmaculados cisnes, tan ilustres como Júpiter. (Darío, 1992:109-110).
En este texto argumentativo, Darío va presentando lo que consistió la estética modernista. El arte modernista de el propio autor se ha fijado como objetivo, la afirmación de la libertad creadora, el enriquecimiento del lenguaje poético que tiende a ser musical “manera de cantar” // “voy diciendo mis versos”; como fin de una época y comienzo de otra. El texto modernista, sobre todo el poético, debe ser, más que leído, declamado; pues es una invitación al uso de una estrategia comunicativa marcada por un estilo que pone de realce las actividades visual, auditiva y sensorial.
De su verdadero nombre, Félix Rubén García Sarmiento, Rubén Darío (1867-1916); nació en Metapa, provincia de León en Nicaragua. Estudió en el Instituto de Occidente, viajó a El Salvador, Chile —donde trabajó como periodista—, a París y Madrid. De joven, en León, Rubén Darío emprende su labor de poeta de oficio “poeta popular” con su Versos civiles (s.f) en los funerales, las bodas y en las ceremonias oficiales. Poeta con visiones cosmopolitas, Darío instituye tempranamente una poética de sensibilidad latinoamericana recurriendo a la métrica clásica. A los quince años, precisamente en 1885, escribe Primeras Notas (s.f), un himno a la gloria de la musa nacional. En Chile, publica Abrojos (1887), canto épico
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dedicado a dicha nación; y Rimas (1888), libro de poesía en el que pone de manifiesto la influencia extranjera recibida de los poetas clásicos del continente europeo y sobre todo españoles. En junio del mismo año, edita su obra maestra Azul, donde compila cuentos y poemas de su autoría; libro que merece atención particular.
La palabra “azul” es una adaptación de la francesa “azur” que se refiere a la costa de Azur del mediterráneo entre Menton y Toulon. En el ámbito literario, es el color del cielo, de las olas y el arte. En resumidas cuentas, “Azul” simbolizaría el infinito, la perfección, el ideal y el mundo espiritual.
El tema central de libro Azul es la lucha y anhelos del arte frente a una sociedad insensible y positivista; lo cual se expresa a veces con tonos patéticos mediante sueños y alucinaciones, aunque de manera general predomina el tono idealizante.
El capítulo “El año lírico”2 compuesto de ocho poemas, es uno de los tantos que traduce, a nuestro modo de leer, la estética modernista de Darío; para ilustrar el gusto del poeta por las correspondencias y traducir la exaltación del amor y la naturaleza como expresiones del estado de ánimo del mismo; un ser indudablemente en pos de un ideal artístico.
El primer poema “Primaveral” (pp.105-108) del capítulo citado, expresa la esperanza de renacimiento del arte poética. Los versos “Mes de rosa / Van mis rimas / en ronda, a la vasta selva, / a recoger miel y aromas / en las flores entreabiertas // ¡Oh amada mía! Es el dulce tiempo de la primavera”, presentan la primera de las cuatro estaciones de los climas templados durante la cual la vegetación renace; y por analogía, se inicia la actividad poética. Los campos léxicos poético “rimas” y campestre “selva”, “miel”, “aroma”, “flores entreabiertas”, “bosque” y “hojas verdes” insisten en el momento ideal en que el poeta reanude su actividad creadora. “Allá hay una clara fuente // donde se bañan desnudas / las
2 En Rubén Darío, Azul, México, eds. Leyenda, 2006, pp.105-126.
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blancas ninfas que juegan // y saben himnos de amores / en hermosa lengua griega / que en glorioso tiempo antiguo/ Pan inventó en las florestas // y te diré esa palabra / empapada en miel hiblea”, ponen en evidencia a la naturaleza como fuente abastecedora de inspiración poética mediante correlaciones simbólicas y reencarnaciones mitológicas. La repetición “¡Oh amada mía! Es el dulce tiempo de la primavera” viene como una viva emoción y expresión de alegría por un momento de éxtasis extrema del sujeto poético.
El segundo poema “Estival” (pp.109-113) traduce la incompatibilidad de una nature con una realidad terrestre a través del “tigre” y la “tigre” durante la actividad de apareamiento, la presencia del Príncipe de Gales y de la escena de caza. Más allá de las apariencias contenidas en las unidades lingüísticas, el apareamiento como coloquio amoroso del cual brotará por analogía un “idilio” evocaría una composición poética de tipo bucólico por la intervención del dios mitológico “Pan”. Al lado de aquel hecho, se opera otro, pero, antagónico por la aparición del príncipe cazador, que marca la ruptura del acto de apareamiento y por ende el de la creación artística; presencia humana que simboliza la insensibilidad del vulgo ante lo artístico. Tal es pues, el momento de la creación, siempre presa de dificultades.
El siguiente poema “Autumnal” (pp.114-116) trata la madurez de las ideas del poeta y la necesidad de un impulso intelectual de inspiración poética. El ideal poético que traza el azul, se convierte en otoño en pesadumbre por causa de “las pálidas tardes” y “nubes tranquilas” imprimiendo una sensación de pesadez en “ardientes manos /se posan las cabezas pensativas” y una desolación e impotencia tanto física como emocional: “¡Ah los suspiros! ¡Ah los dulces sueños! ¡Ah las tristezas íntimas! / ¡Ah el polvo de oro que en el aire flota! // ¡Oh, sed del ideal!”. Dicho impulso toma una dimensión trascendental “luz, color, aroma, vida” / “un arpa”.
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El poema “Invernal” (pp.116-119) gira en torno a la angustia, las molestias e inquietudes que provocan en el poeta un sentimiento de nostalgia por su arte debido a las bajas temperaturas en invierno:
Noche. / La nieve cae en copos, / los delicados hombros y gargantas se abrigan; / ruedan y van los coches. / suenan alegres pianos, el gas brilla; / si no hay un fogón que le caliente, / el que es pobre tirita. / Yo estoy con mis radiantes ilusiones y mis nostalgias íntimas, / junto a la chimenea / bien harta de tizones que crepitan. / Y me pongo a pensar: ¡Oh! ¡Si tuviese ella la mis ansias infinitas, / la de mis sueños locos / y mis azules noches pensativas! / ¿Cómo? Mirad: // Dentro, el amor que abraza; / fuera, la noche fría // Dentro, la ronda de mis mil delirios, / las canciones de notas cristalinas, / unas manos que toquen mis cabellos, / un aliento que roce mis mejillas, / un perfume de amor, mil canciones, / mil ardientes caricias; / ella y yo: los dos juntos, los dos solos; / la amada y el amado, ¡oh, poesía! / los besos de sus labios, / la música triunfante de mis rimas. (pp. 116-119).
Antítesis y correspondencias, oposición entre exterior (fuera) e interior (dentro) muestran la existencia de dos lugares de existencia; uno favorable a la actividad poética, mientras el otro es del todo contrario. La imaginación del poeta transforma el sufrimiento del “fuera” durante el invierno a través de signos que manifiestan sensaciones y alucinaciones visuales y auditivas: “blanca, luz”, “se imagina cantando alegres con sus lenguas de oro / luego pienso en el coro / de las alegres liras”. “Invernal” es dialécticamente deseo y rechazo, movilidad e inmovilidad mediante los significantes “dentro” y “fuera”.
En “Pensamientos de Otoño” (pp.120-121) se desprende un ambiente de reminiscencia debido al paso inexorable del año: “Huye el año a su término / llevando del poniente / luz fugitiva y pálida” lo que provoca en el poeta el deseo de volver a la primavera “que eterno abril fecundo / de juventud florece / primavera inmortal”. El penúltimo poema “A un poeta” (pp.122-123) es una dedicatoria, un homenaje al poeta comparándole con un dios mitológico: “un titán / Hércules loco”, perífrasis que permite entrever el quehacer poético, su función social y el aspecto semántico del lenguaje poético “No es tal poeta
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para hollar alfombras / Bravo soldado con su casco de oro / lance el dardo que quema y desgarra / Que lo que diga la inspirada boca / suene en el pueblo con palabra extraña”.
El poema “Anagké” que concluye el “Año lírico” traza el destino fatal del arte poética a través de la imagen del gavilán ante las de la paloma, el palomo y sus polluelos.
En suma, es “El Año lírico”, por los poemas que lo conforman, la respuesta a la concepción modernista de Darío. El recorrido cíclico que define su estructura marca el ciclo de la vida espiritual e intelectual del poeta. La búsqueda del ideal pasa por el canal de las analogías entre el material, lo espiritual y lo mitológico; aun entre colores, sonidos y vocablos musicales. Todo eso hace de Darío modernista e impresionista a la vez.
En 1896, Darío publica Los Raros, dedicado a José Martí, Edgar Allan Poe, Leconte de Lisle, Paul Verlaine, Lautréamont, entre otros, que considera como los maestros de la poesía moderna; y Prosas profanas, una presentación del arte como dogma hecho de cosmopolitismo, armonía verbal (musicalidad), lo impreciso y la ensoñación. Edita en 1905 su Cantos de vida y esperanza en honor a la República argentina y a José Enrique Rodó. El libro es, en otros términos, una aventura estilística centrada en la renovación de la métrica, el ritmo; y otra de índole humanística por medio de exaltaciones de la raza hispánica, la unión de los pueblos latinoamericanos ante el peligro constante del intervencionismo de todo tipo de los Estados Unidos de América. Publica en 1907 Canto errante y Poema del otoño y Otros poemas tres años después.
En definitiva, el movimiento modernista se afianza, se consolida y logra mayor difusión con la obra tan vasta y diversificada de Rubén Darío. Tal situación encuentra justificación en el estetismo, la búsqueda de la musicalidad, el dogma exclusivamente artístico (sin contenidos socio- políticos), el gusto por las correspondencias sinestésicas y la constante renovación del lenguaje literario, en particular poético. Dichos valores
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están plasmados en casi todas sus producciones y sobre todo en “El año lírico”; y constituyen lo esencial de su poética. El modernismo definió, delimitó y marcó la eclosión de las letras latinoamericanas que desde luego, se inscribieron dentro de las universales por su calidad artística. Con “El año lírico”, Darío devela el carácter cíclico de universo donde se descubre el destino del poeta en la vida. Destino marcado por sueño que le permiten evadirse de ese mundo “En busca de cuadros”3 y anhelar la llegada de la primavera “Primaveral”. Búsqueda y momento que simbolizan creatividad, perfección y encuentro del ideal.
BIBLIOGRAFÍA
Darío, Rubén, Azul, El salmo de la pluma, Cantos de vida y esperanza, Otros poemas, México, Porrúa, 1992.
————, Azul, México, Leyenda, 2006. De León, Olver Gilberto, Literaturas ibéricas y latinoamericanas, París. Orphrys, 1981. Durand, René L.F., Rubén Darío, París, Seghers, 1966. Joset, Jacques, La littérature hispanoamericaine. 1e éd. Paris, Presses Universitaires de France
(PUF), 1977. Pérez Leyva, Ma. De los Ángeles, Literatura universal, México, Porrúa, 1992. Ureña, M. Henríquez, El retorno de los galeones, México, De Andrea, 1963. Yahni, Roberto, Prosa modernista hispanoamericana, Madrid, Alianza, 1974.
3 Véase Azul, Azul, El salmo de la pluma, Canto de vida..., pp.52-53.
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miércoles, 23 de noviembre de 2011

Convocatoria


Estimados estudiantes:

La siguiente convocatoria busca llamar a todos aquellos interesados en sentarse a dialogar con el profesor acerca de las posibilidades de salvar el semestre de acuerdo con lo establecido por el Consejo Académico. 
Mi interés es llegar a un acuerdo; NO llorar sobre la leche derramada.

Si bien se está lesionando la excelencia académica, la idea es buscar alternativas para que el daño sea MÍNIMO.

En este orden de ideas espero poderme encontrar con el grupo el día viernes a las 12:30 pm.

Los espero bien sea frente a las Arturo Camargo, o frente al edificio A.

Mil gracias

martes, 22 de noviembre de 2011

Si...


A PROPÓSITO DE LA SITUACIÓN ACTUAL
“La unidad por la fuerza no vale para nada; se disipa como apariencia en la catástrofe. La unanimidad conseguida por medio del diálogo y de la comprensión mutua conduce a una comunidad que es capaz de mantenerse firme” Karl Jaspers
Podría parecer de Perogrullo preguntar quién no desea una universidad: robusta, influyente, que aporte propuestas y soluciones reales a algunas de las variadas problemáticas sociales y del conocimiento. O preguntar igual acerca de quién la desea débil, estigmatizada e incapaz de hacer los aportes que se esperan y que está por demás compelida a hacer. Naturalmente si debe reaccionarse o no ante cualquier situación que la ponga en peligro es otra obviedad.
Alrededor del ideal de Universidad los acuerdos básicos respecto a infraestructura, docencia, proyección social, ambientes de enseñanza, estímulos, etc., es de esperar, no deben exigir mayor esfuerzo. Por tanto vale mejor plantear algunos elementos en los que el diario discurrir de la vida universitaria evidencia contradicciones fundamentales.
Estas apreciaciones no son de ánimo pontificador, más bien están dirigidas a hacer parte de las diversas lecturas propias y necesarias en una institución como la nuestra. La verdad revelada, el mesianismo político, eliminan la autonomía y atentan contra la dignidad.
En la Universidad por su esencia no deben permitirse dogmatismos, fundamentalismos o lo propio de viejas tradiciones maniqueas en el cual la división entre elegidos, no elegidos, las posiciones de la indiferencia y los simples y ocasionales oyentes se hacían taxativas y excluyentes, sin siquiera intentar acuerdos mínimos en nuestra geografía de diversidades.
La interpretación única, además de con certeza ser insuficiente, no puede ser impuesta, cualquier acción de fuerza física de unos sobre otros no puede ser bienvenida, ni justificada. En la Universidad esgrimir un derecho no faculta para pasar por encima del derecho de otros, asistir a clases, para poner el ejemplo más candente, es un derecho por lo menos igual al de la movilización y asistir a las primeras nopuede interpretarse ligeramente y de forma irrespetuosa como ausencia de pensamiento crítico o compromiso. La Universidad es tal si está abierta y es diversa, la universidad es tal si no se acalla ninguna voz, ni se intimida. La Universidad sino gradúa a nadie, sino satisface y crea realidades, sino honra compromisos, no se realiza, todo ello sin perjuicio del obligado desarrollo y ejercicio de la capacidad crítica y de análisis. Pese a la diversidad, la universidad no es el sitio para promover ideologías y menos afiliaciones partidistas o tipos específicos de fe, tampoco para promover el odio y el rencor.
En la Universidad debe prevalecer el interés general sobre el particular. Ante la Universidad no se puede actuar a nivel exclusivo del usufructúo sino también a nivel de una relación equitativa, ante la Universidad igualmente se impone el dar, se hace indispensable aparejar al lado de los derechos algunos deberes.
Las primeras víctimas de todos los movimientos que se dan y seguirán dando en nuestro interior no pueden ser los valores, la cultura, el disenso o las instalaciones; los movimientos de la universidad deben sumar no restar, deben convocar saberes no eliminarlos.
Colombia está fatigada de violencia, eso tal vez explique el porqué en cuanto ella ocurre la respuesta en nuestra institución es irse, los bloqueos desocupan la Universidad la vacían de pertenencia y de sentido, los tropeles espantan a la comunidad, la intimidación deja solo al que intimida.
En el juego de poder presente en estas dinámicas la manipulación para satisfacer los intereses de unos pocos debe ser develada y evitada, manipular es apetecido y la academia no está blindada ante tal amenaza. No es admisible caer en el populismo defendiendo la democracia o en la exclusión defendiendo la inclusión; las promovidas revoluciones sino conducen a un lugar diferente y mejor no son tales, terminar en una situación similar o peor de la que se tenía anteriormente es una regresión.
En tal sentido urge una autentica revolución en la Universidad.
JOSE ALFONSO MARTIN REYES Decano Facultad de Educación Física Representante de Directivas Académicas ante Consejo Superior

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Lectura recomendada

Quiero recomendar la lectura del comunicado del Departamento de Educación Física de la Universidad.